En mi reciente periplo sudamericano, en La Paz, me compré por unos pocos
bolivianos tres pequeños libros de un exitoso conferenciante mexicano fallecido
repentinamente en 2015, Miguel Ángel Cornejo. Tratan sobre la necesidad de alcanzar
la excelencia para llegar a desarrollar todo el potencial que reside en
nosotros.
Lejos de haber nacido para llevar una vida mediocre en la que a menudo
caemos, debemos escuchar nuestro interior y hallar nuestra vocación, es decir,
sentir la llamada que a través de nuestro trabajo, esfuerzo y dedicación, nos
conducirá a la plena realización y, por ende, a la auténtica felicidad.
Habla pues de creer en nosotros mismos y descubrir nuestra misión
existencial, aquello que dará significado a nuestra vida. De lucha, de superar
las propias limitaciones. De ser coherente con uno mismo, de amar. De no
sacrificar la felicidad por el placer, lo importante por lo urgente. De no
tirar nuestro valioso tiempo a la basura (ej. TV) en vez de invertirlo en
nuestra preparación y desarrollo.
Con tenacidad, audacia y compromiso, además de preparación y una alta dosis
de autoestima y orgullo, debemos entregarnos a nuestro objetivo sin escatimar
en tiempo ni en recursos, llevando por bandera el bien, la verdad, el servir, la
belleza. Así, por ejemplo, educando a un niño tendremos un adulto menos que
corregir.
Hemos de hacer de nuestra vida una obra maestra tal, que justifique nuestra
existencia. No hemos venido al mundo a ser mediocres y flojos como la sociedad
nos empuja a ser. Sé un líder al que amen, no un jefe al que teman. Haz de cada
tarea ordinaria algo sublime. Sé celoso de tu tiempo: es tu mayor tesoro. Y
trata con ternura las vidas que tocas, como si fueran a acabar a medianoche.
Y recuerda: si algo tiene precio es que no vale la pena.
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